La
señora Isabel se untó el último rezago de vaselina que quedaba en el frasco y
después se acomodó el cabello con una cola de caballo. «Tráeme la bolsa del mandado
enseguida», le gritó a su hija de
escasos cinco años. Luego salió con la niña rumbo a la caseta de teléfono. Su
cara brillaba por el exceso de crema, pero la niña parecía como si hiciera tres
semanas que no le cambiaban la ropa. La chiquilla comía una paleta y caminaba
subiendo y bajando la banqueta, mientras que su madre la apuraba. En la caseta
de teléfono, que estaba en la casa de doña Julia, ésta platicaba con dos de sus
vecinas. Una de ellas, que se encontraba parada en la entrada del lugar, notó
que se aproximaba la señora Isabel y no tardó en hacer el comentario: «oiga doña Julia, ahí viene Isabel».
Doña Julia dijo: «esa mujer viene a cada
rato a hablar con su viejo. Si supiera que ya tiene otra vieja en el norte.» Las señoras se miraban entre sí, asombradas por lo que decía doña Julia. En
eso llegó la señora Isabel y pidió a doña Julia que le marcara el número de
teléfono. « ¿Le va a hablar a su esposo?»
Preguntó doña Julia. La señora Isabel
hizo una mueca de disgusto ante esta pregunta, pero respondió: «sí, a mi esposo.» Doña Julia marcó
inmediatamente y le pasó la llamada a la señora Isabel, después tomó un trapo y
comenzó como a limpiar cerca de la caseta de teléfono. La niña de la señora
Isabel sacó una crayola y se puso a rayar las paredes de aquel lugar. « ¿Cómo que no vas a venir otra vez?, si ya
son cuatro años que no vienes», reclamó la señora Isabel a su esposo por el
teléfono. «Tienes que venir viejo,
acuérdate de tus deberes por acá.» Doña Julia, con su trapo en la mano,
daba más atención a lo que lograba escuchar que a lo que rayaba la niña en la
pared, mientras que la señora Isabel increpaba a su esposo: «tenemos que vernos. Si no vienes me voy a
creer lo que dicen acá.» Doña Julia
levantaba las cejas como sorprendida por lo que escuchaba. Fue hasta entonces
cuando se dio cuenta que la niña rayaba cuanto podía. Doña Julia gritó: ¡muchacha mugrosa!, ráyate las manos y el
trasero. Al momento que le decía esto, también le quitaba la crayola de la
mano y la jalaba del brazo con violencia.
La
niña rompió a llorar a gritos provocando que su mamá inmediatamente dejara el
teléfono para cobijarla en su regazo. Después de apapacharla alzó su rostro y
le reclamó a doña Julia, quien por su parte no se quedó callada. Y empezaron a
reñir. La señora Isabel, llevada por la ira ofendió a doña Julia: «Vieja amargada, por eso la dejó su viejo».
Doña Julia, para vengarse, se desprendió de todo lo que acababa de escuchar y
le dijo a la señora Isabel: «Al menos no
me hacen taruga, como a usted». La señora Isabel apretó sus labios y
rápidamente se puso de pie para tomar la bocina del teléfono y gritarle a su
esposo: « ¿ya ves lo que dicen? Pero no
voy a permitir que se sigan burlando de mí estas viejas...» La señora
Isabel colgó enérgicamente y dejó el dinero correspondiente a doña Julia en la
barra de atención y salió apresurada sin despedirse. En realidad, movida por la
desesperación la señora Isabel hacía un par de meses que mantenía en secreto
una relación de infidelidad. No fue capaz de superar sus dudas causadas por tantos
chismes y despechada fue ella la que cometió infidelidad, para ese momento ya
tenía tres semanas de embarazo.
Cuando
el egoísmo crece en el matrimonio se produce una ceguera que impide mirar más
allá de los apetitos y gustos personales, incluso ni los propios hijos son
importantes para ellos. En el caso de la señora Isabel después de aquel pleito
que tuvo con su esposo y doña Julia se fue a los Estados Unidos de manera ilegal
para que su esposo no descubriera que estaba embarazada. Muchas personas son
capaces de hacer hasta lo imposible para que no les descubran sus
infidelidades. Así como se hacen esfuerzos en la vida para que no los descubran
deberían hacer esfuerzos para ser fieles a Dios y como resultado de esa
fidelidad sean fieles a sus matrimonios y a su vocación.
Jesús
dijo: «Nada hay imposible para el que
cree» (Mc 9, 23). El hombre sin
fe es cobarde y, para el cobarde, todos los obstáculos son imposibles de
superar. Buscar a Dios con todas las fuerzas es garantía de triunfo y de
felicidad. Pero esta fe en Dios debe ser compartida por el esposo y la esposa.
Es un error de los hombres dejar todas las cosas de Dios para las mujeres. Los
dos son guías de la barca que es el matrimonio.
Si la mente y el corazón están llenos de Dios no hay prueba ni tentación
que no se pueda superar. Se puede ser fiel en el matrimonio y la vocación si
primeramente se busca ser fieles a Dios.
Hasta
la próxima.
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