Historia con reflexión. Por Modesto Lule MSP
El otoño había
llegado, y el césped estaba tapizado con las hojas del árbol de durazno. Las
plantas se encontraban cubiertas del rocío de la mañana y la pequeña Rosita
salió a jugar con su pelota. Esa era su costumbre cuando sus papás comenzaban a
pelear y ese día había comenzado nuevamente una discusión.
Rosita tenía
un perrito al que llamaba flautín, era su más fiel compañero. Apenas terminada
la discusión, el esposo salió apresurado en su carro rumbo al trabajo. Luego de
la pelea, cuando la niña entró a su casa encontró a su mamá llorando.
Disimuladamente, la señora trataba de limpiarse las lágrimas que había en su
rostro. – ¿Ya quieres de desayunar hija? Le preguntó su mamá. –Sí mami,
contestó Rosita.
Rosita tenía
seis años y comenzaba ya a ir a la primaria. Ella quería mucho a sus papás, y
le dolía ver cómo peleaban continuamente. Un día, su padre llegó ebrio a casa y
comenzó a golpear a su esposa. Como ya era muy noche, Rosita no pudo salir al
jardín como lo hacía cuando las peleas eran durante el día. La madre de Rosita
no se quedó con los brazos cruzados, comenzó a defenderse. Le gritaba a su
esposo que ya estaba harta de los malditos celos y que no aguantaba más. –Mejor
vamos a divorciarnos para acabar con este martirio. Gritó la esposa. –Eso es lo
que quieres, respondió el esposo. –Pero ni loco te lo voy a dar. Ya estás que
te friegas por irte con ese desgraciado. Primero muerto que dártelo. Rosita
contemplaba estupefacta la escena. No sabía qué hacer ni qué decir ante lo que
acontecía. Toda la noche fue un tormento para la pareja y también para Rosita,
que no pudo dormir sino hasta de madrugada.
Esa noche en
lo poco que pudo dormir tuvo un sueño. En el sueño se le aparecía un ángel,
ella lo saludaba y él le preguntaba muy contento cómo se encontraba. –Me siento
triste por lo de mis papás, decía Rosita al ángel. –Pero, por qué, preguntó el
ángel. –Es que se quieren separar y yo no quiero eso. No entiendo a los
adultos. Se pelean por todo. Hasta por lo que no hacen. –Pero no estés triste.
Le dijo el ángel. –Mira que me vas a
hacer que me ponga triste. Mejor qué te parece y te concedo un deseo. ¿Qué te
parece? Pídeme lo que quieras y te lo concedo. – ¿Lo que sea? Preguntó Rosita. –Sí, lo que sea. Dijo el
ángel. –Bueno, pues quiero que se reconcilien mis papás. –Pero yo sabía que
tenías otros deseos. Dijo el ángel. –Por ejemplo, sabía que querías ir a
Disneylandia y también que querías una casa de muñecas gigante. –Pero ya no los
quiero. Respondió Rosita. – ¿Entonces no quieres ningún juguete? –No. Remarcó la niña. – ¿Entonces lo que quieres es que se quieran
otra vez tus papás? El ángel volvió a preguntar. –Así es. Contestó nuevamente
Rosita. –Bueno, bueno. Repuso el ángel. –Veré que puedo hacer. Por lo pronto
tendré que enfrentarme en batalla con un pequeño diablillo que anda rondando
por aquí cerca. Después vengo para decirte como salió todo. – ¿Ya te vas?
Preguntó Rosita. –Así es. Contestó el ángel. – ¿Pero cómo te llamas? Preguntó Rosita. – ¡Ah! Me llamo Amor. Y el
diablillo con el que voy ir a enfrentarme en batalla se llama Duda, y hace
mucho daño en los matrimonios. Duda empieza a trabajar en cualquiera de los
esposos, y pronto obtiene sus frutos. Pero no te preocupes. Ya muchas veces lo
he vencido y no creo que esta vez vaya a ser la excepción. Por ahora me retiro
y espero tener muy pronto respuesta a tu petición. El ángel salió por la
ventana dando un salto, y Rosita se acomodó en sus cobijas y siguió durmiendo.
Pasado algún tiempo las cosas mejoraron en casa de Rosita.
Las peleas de
sus papás vinieron a menos hasta que ya no había más que pequeñas diferencias
en algunas cuestiones de la casa. Todo cambió desde aquel día que los esposos
participaron de un Retiro Matrimonial por petición del sacerdote que los visitó
un día. El esposo comprendió que sus celos no eran más que puras alucinaciones
alimentadas por los comentarios de otras personas. Comprendió que la más
afectada era su pequeña hija. De esta manera se comprometió a tener más
acercamiento a la Iglesia y con Dios. La oración se hizo más frecuente en el
hogar de Rosita, y la participación en los sacramentos también. Al cabo de un
año, nació un hermanito para Rosita, todo esto después de que sus papás no
podían tener familia. Rosita fue cada vez más alegre y feliz al ver lo mucho
que se querían sus padres. Dios concede siempre nuevas oportunidades, y no hay
regalo más grande que el amor en una familia.
Hasta la
próxima.
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